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La Consciencia de La Muerte

En las sociedades modernas, uno de los actos centrales sobre los cuales se construyen tanto el ego individual como el ego colectivo es la negación de la muerte. Desde muy jóvenes, somos condicionados a olvidar la inevitabilidad de nuestra propia mortalidad. Este olvido ayuda a reducir el miedo a lo desconocido, pero conlleva el alto costo de disminuir nuestra conciencia de la magia de la vida.



Esta negación de la muerte es especialmente frecuente en las culturas europeas y en las basadas en Europa, pero no es en absoluto universal. En las culturas precolombinas de las Américas, especialmente entre los antiguos toltecas, la muerte era central en los valores sociales e individuales. El conocimiento de la muerte moldeaba sus vidas profundamente.

En contraste, las costumbres de las culturas modernas del "primer mundo", como comprar seguros de vida, financiar nuestro propio entierro, y el profundo impacto que experimentamos al enfrentarnos con la muerte de otro, revelan cuán profundamente arraigada se ha vuelto la noción de la inmortalidad personal. Las religiones que prometen diversos cielos o resurrecciones juegan un papel fundamental en este proceso, ayudándonos a olvidar nuestra mortalidad. Aunque este fenómeno no es exclusivo de Occidente, en el mundo occidental, con su lógica consumista, la negación de la muerte es más eficiente y enfática.

Consideremos las donaciones a la iglesia, que pueden verse como un acto subconsciente de "comprar" un lugar en el cielo. Cuando las filosofías orientales, como el hinduismo, penetran en el mundo occidental, nos atraen conceptos como la reencarnación, mientras que otras enseñanzas más sutiles, como la paz interior o la vida sencilla, a menudo pasan desapercibidas. Estamos dispuestos a pagar cualquier precio para mantener la ilusión de inmortalidad.

Parece paradójico que se nos enseñe a olvidar el único evento en la vida que es seguro: la muerte. La muerte es misteriosa, desconocida, y por tanto temida. Pero es el ego el que verdaderamente teme a la muerte, porque esta despoja al ego de su ilusión de permanencia. La vida, en cambio, es sostenida por la muerte. Nuestra existencia depende de la muerte de otros seres vivos, y cuando morimos, nuestros cuerpos alimentarán a otros seres. La conciencia de la muerte es una forma de trascender el ego, ya que mientras el ego no puede enfrentarse a la muerte, el cuerpo comprende su lugar en el ciclo de la vida.

Esta conciencia de la muerte es una puerta a una conciencia más profunda del ser. Somos seres luminosos, campos de energía, no egos. Esta conciencia trasciende las palabras, pues está más cerca de la memoria corporal, arraigada en el sentimiento más que en la razón. Si la inmortalidad alimenta la mayoría de nuestras rutinas impulsadas por el ego, la conciencia de la muerte desafía estos comportamientos. Por ejemplo, la importancia personal solo es posible si creemos que somos inmortales.

Cuando vemos nuestras conductas típicas a través de la lente de la mortalidad, parecen absurdas. Porque creemos que tenemos tiempo infinito, nos permitimos:

  • Procrastinar, esperando un "mañana" que no existe.

  • Reprimir el afecto, olvidando que hoy es el único momento para expresar amor.

  • Ignorar la belleza, viendo todo como mundano o feo.

  • Defender nuestra imagen personal, y entregarnos a emociones mezquinas como el odio, el rencor o el resentimiento.

  • Preocuparnos hasta el punto de la depresión, desperdiciando tiempo en preocupaciones que parecen triviales ante la realidad de la muerte.

Los mortales conscientes, o "guerreros", convierten cada acto en un desafío: el desafío de saborear la esencia de la vida en cada momento. Viven con dignidad, sabiendo que la muerte puede llegar en cualquier momento. Los guerreros abrazan la muerte, dando lo mejor de sí mismos en cada acción, sabiendo que puede ser la última. Los actos realizados con esta conciencia tienen un poder y un significado que no pueden compararse con las repeticiones aburridas de aquellos que creen en su inmortalidad.

La conciencia de la muerte inevitable no es una realización intelectual; es una conciencia corporal. Se encuentra dentro de una conciencia más profunda, no racional. La muerte, cuando se abraza como consejera, trae claridad y perspectiva, permitiéndonos vivir de manera más sobria, eficiente y realista.



La muerte como consejera

Cuando te sientas abrumado o al borde del colapso, recuerda tu muerte. Tómate un momento para alejarte de las preocupaciones cotidianas y evaluar la situación a la luz de tu fin inevitable. Esto es especialmente útil cuando la importancia personal se apodera de ti: cuando sientes autocompasión, miedo a la pérdida, albergas rencores, niegas el amor, o tienes miedo de actuar según tus deseos más profundos. En esos momentos, mira a los ojos de la muerte y pide su consejo.

Contempla cada acción como si fuera la última. La muerte elimina toda pequeñez y miedo, poniendo todo en perspectiva. Con la muerte como consejera, incluso los problemas más apremiantes se vuelven insignificantes. Lo único que importa es que estás vivo, y la muerte te espera. Todo lo demás son trivialidades.


Extracto de Las enseñanzas de Don Carlos



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